Lou Ferrante , ex-miembro rehabilitado de la Cosa Nostra Neoyorkina. Familia Gambino. |
«Si me hicieran consejero delegado de un banco, lo primero que haría sería ordenar cavar unos cuantos hoyos en Staten Island para enterrar a ciertas personas», explicaba Lou Ferrante, con su sorna habitual y su inconfundible acento italo-americano, al selecto auditorio de la conferencia de ideas convocada por «The Economist» el verano pasado en Nueva York. “Es broma, claro”, aclaró. «Pero los jefes de Goldman Sachs de hoy hacen que los capos mafiosos parezcan miembros de un grupo femenino de boy-scouts», añadió. Esta vez el moderador se vio obligado a intervenir, «por si hay patrocinadores en la sala». «Es un chiste», dijo. Ferrante habla con la libertad que le dan los ocho años pasados en la cárcel por pertenencia al clan de los Gambino, con la originalidad impredecible de quien grabó un rap en honor a su jefe mafioso como estrategia de defensa, y con el inconfundible habla de su Queens natal, que le lleva a citar a Madame «Bou-va-ry», acentuando y americanizando la primer sílaba de la obra de «Flao-bert» (por Gustave Flaubert), también con acento al inicio.
Su ácida visión de una economía ciertamente mafiosa en algunas de sus manifestaciones le llevó a inundar las estanterías de obras de autoayuda y motivación empresarial con «Aprenda con la mafia: para tener éxito con cualquier empresa “legal”» (Conecta 2012). El libro recopila 88 lecciones del modus operandi de la Cosa Nostraestadounidense aplicadas al éxito en los negocios, con obviedades llenas de ironía: «la mafia no presta dinero a quien no sepa que puede devolverlo, no como los bancos», explica. Ahora, sentado en un lujoso hotel del centro de Londres, destaca que «un jefe mafioso causa daño a gente en su entorno, no a escala global; los verdaderos criminales están ahí arriba, en la cúpula de los bancos». Ferrante es el protagonista de la nueva serie que estrena este lunes Discovery Max, «Desde la celda», un paseo de su mano por varias prisiones en las que presenta a mafiosos y criminales encarcelados y se adentra en bandas que operan desde dentro de sus muros.
De ratero a mafioso
Louis Ferrante nació en 1969 en Flushing, el mismo barrio de Queens donde crecieron Los Ramones. «Sí, íbamos a la playa y tocábamos su canción "Rockaway Beach” con cajas», recuerda. Unos orígenes que marcaron su vida, «de la misma manera que podría haber acabado siendo ladrón de ganado de haber nacido en el Oeste del país». De adolescente ingresó pronto en los Hill Boys, una de las bandas callejeras que poblaban el Queens de la época. Robaban coches, piezas... «si alguien necesitaba una radio, se la conseguíamos al día siguiente». La delincuencia juvenil le llevó a acercarse primero al clan de los Bonnano, una de las «cinco familias» que dominaban la mafia neoyorquina (el clan que infiltró el FBI en los 80 con el agente Donnie Brasco, papel protagonizado por Johnny Depp en la película del mismo título con Al Pacino). Pero perdió la confianza en ellos. «Hicieron daño a un amigo mío, estaba aprendiendo y había cometido un error sin mala intención, lo normal habría sido que le dieran solo un toque de atención», analiza con la fría lógica de la calle. Así, Ferrante terminó enrolándose con la familia Gotti, que controlaba el clan de los Gambino. «Tenían fama de ser muy leales con su gente, te hacían ver que luchabas juntos contra el mundo exterior», recuerda.
Prosperó en el clan bajo las órdenes de John Gotti, uno de los capos más conocidos en los 80 hasta su encarcelamiento en 1992. Gotti, conocido por sus gustos caros en el vestir, «era una “celebrity” en la época», recuerda Ferrante. Poco después cayó su «soldado». Tanto el FBI como el Servicio Secreto estaban detrás de su pista y, en 1995, Ferrante fue condenado a 13 años de cárcel por varios delitos. Su olfato le llevó a idear una delirante estrategia de defensa preventiva. El actor Mickey Rourke había contado a los Gambino que una banda de rap de California había escrito una canción en homenaje a John Gotti. Y Ferrante, que tenía a las autoridades pisándole los talones, pensó: «Si saco una canción sobre John antes de que me detengan denunciando que las autoridades le engañaron, en el juicio podría intentar convencer al jurado de que la policía estaba rencorosa conmigo por la canción y que los cargos contra mi eran inventados».
Un rap como defensa
Grabó el rap, pero el juez no lo aceptó como prueba. «Y gracias a Dios que la estrategia no funcionó, de no haber sido condenado no habría cambiado, y no estaría hoy aquí hablando contigo», reflexiona. Ferrante nunca delató a nadie. «Me presionaban [las autoridades] cada día, me torturaban, presentaron cargos en mi contra hasta cuatro veces y cada vez les decía, “no diré nada”, hasta que dejaron de intentarlo», explica. Pero se niega a recomendar a otros mafiosos en Italia o EE.UU. que colaboren con la Justicia. «Mira, en este negocio he encontrado a chivatos y a gente que nunca abriría la boca, yo no sería nunca una “rata” (soplón), pero no doy consejos a los demás al respecto, mi consejo es que abandonen esa vida, pero cada uno debe decidir la forma de hacerlo», responde.
A Ferrante le salvó la lectura. Empezó con la vida de Napoleón y «Mi Lucha» de Hitler. «Al principio era durísimo, no tenía ni el vocabulario ni la capacidad de atención», nos cuenta. «Los primeros libros me costaron varios meses, luego ya me llevó semanas, y al final me leía “Los Miserables” en tres días; en un año pasé de no haber leído un libro en la vida a leer uno al día, durante años», explica. «Me dolían los músculos de la vista, tenía dolores de cabeza, me pusieron gafas, pero seguí leyendo», recuerda con convicción. Sabía que fuera no volvería a disponer de todo ese tiempo libre. «A mis compañeros de celda les decía que teníamos mucha suerte, el lujo del aislamiento, y me mandaban a la mierda, claro». Ferrante cuenta su historia, ahora que puede, con vehemencia y mucho humor, el mismo que despliega en su primer libro, «De la cárcel a Proust». «Me costó mucho hablar así,me costó reconciliarme con mi pasado, y tardé unos tres años en coger el aire necesario», reconoce. En la cárcel abandonó el catolicismo para convertirse al judáismo. Vive en el campo, cerca del bosque, apartado del género humano que le llevó a los infiernos. Lee libros, y cuenta su historia.
fuente abc.com
Nadie mejor que un tipo así para acompañarnos en este descenso a los infiernos .
Ya sabéis , los lunes sobre las once y media tenéis cita en el talego...
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